El Conde Frederick y su discípulo
En una ciudad donde el verano era eterno vivía un viejo conde, su nombre era Frederick. Este hombre sabio conocía los secretos que se esconden detrás del proceso de los sueños. Pero no de los sueños de lograr convertirse en alguien importante o querer comprarse cualquier cosa con monedas de oro, esto era acerca del proceso más sutil y que a todo ser humano le pasaba cuando iba cada noche a descansar en su cama.
Cierto día un hombre joven llegó a las gigantes puertas del castillo donde el viejo conde vivía y golpeó tres veces. Uno de los sirvientes de aquel lugar abrió las puertas y dejó entrar aquel forastero que venía de tierras lejanas.
Su majestad lo está esperando, camine hacia la puerta estrecha que tenemos en frente y gire a la derecha. – dijo el sirviente al abrir aquellos portones.
En el lugar de donde vengo se dice que usted conoce los secretos para despertarse en los sueños y he venido hasta aquí para que comparta su sabiduría conmigo. - dijo el forastero al conde al entrar por la puerta angosta.
Probablemente ya lo sabes pero te puedo recordar el proceso así que presta atención a cada una de las indicaciones que te voy a dar, lo más importante es que estés atento a cada detalle para que puedas recordar el secreto, pero sin duda una cosa primordial es que te debes enfocar en hacer lo necesario para mantenerte concentrado, es allí donde radica el saber utilizar el secreto.
Pero cómo puedo hacer para despertarme en mis sueños. – volvió a preguntar el forastero porque sentía no haber entendido lo que había dicho el viejo conde.
Ya te lo dije – respondió el conde Frederick - pero te lo puedo explicar de forma más sencilla. Todos los días cuando te acuerdes que quieres descubrir el secreto intenta preguntarte siempre dónde estás y presta atención a todo lo que tienes alrededor, allí está la clave, pregúntate a ti mismo dónde estás y respóndete a ti mismo esa pregunta. Si en algún momento de ese proceso la respuesta es qué no estás en el lugar donde realmente vives significa que eso es un sueño.
Pero y como podría saber si estoy soñando? – Preguntó un poco incrédulo el joven.
Puedes saberlo de dos maneras: si estiras alguno de los dedos de tus manos este lo verás como un elástico o si das un salto quedarás suspendido en el aire. – Respondió el conde.
Pero qué debo hacer si me despierto y soy consciente en mi sueño. - Insistió nuevamente el forastero.
Yo te puedo enseñar el secreto para despertar en los sueños pero lo que quieras hacer con esto es decisión tuya. Cada hombre puede tener una espada con la que va al campo de batallas pero es necesario que descubra el secreto de la espada para vencer a sus enemigos. En tus sueños vas encontrar tus virtudes, tus luchas, tus inseguridades a lo que temes o lo que anhelas, es parte de tu mundo así que ve y experiméntalo.
El joven forastero salió del castillo del conde Frederick con la sensación de haber escuchado una historia de fantasía, sin embargo, y solo por incredulidad hacia la práctica que le había indicado el viejo sabio; todos los días iba al mismo lugar y alrededor de la misma hora se hacía la misma pregunta. Dónde estoy?
Un tiempo después al viejo conde le llegó una carta con la firma del joven forastero, en ella estaban contenidas las líneas de una pequeña historia:
“Dónde estoy? - Fue la pregunta.
En Ciudad Lejana - dijo una voz femenina.
Pero Ciudad Lejana no es donde yo vivo. – se respondió el mismo.
En ese momento levanté la mirada y todo me parecía extraño nada estaba en su lugar el brazo derecho subió a la altura del pecho y la fuerza de la mano izquierda estiró lo que antes parecía inamovible, mi dedo se extendió como un elástico.
Fue increíble.
Era verdad lo que el conde Frederick había dicho, su explicación me había desconcertado, la mente no lo concebía estaba fuera de lo que se llama realidad, era loco y no tenían coherencia las palabras que salían de su boca.
Su teoría evidenciaba la posibilidad de experimentar otra dimensión con una simple práctica salta o estira el dedo, sencilla fue la indicación no me creas experimenta. Fue su última frase antes de partir.
Con una inmensa alegría en mi interior empecé a bajar las escaleras y los ojos comenzaron a abrirse, el techo de la habitación donde yo dormía se veía en el horizonte no quería despertar, mi corazón estaba lleno de emoción y quería disfrutar por primera vez aquel mágico mundo recién descubierto conscientemente, me quería quedar allí, aunque es más fácil despertar que quedarse en él. Recordé las palabras del viejo Conde”.
El Conde Frederick cerró el sobre blanco que acababa de leer y se sentó en su viejo sillón a contemplar un hermoso atardecer en una de aquellas tardes de verano. “El joven forastero lo había logrado”. Se dijo para si mismo el viejo conde sintiéndose orgulloso de lo que había hecho.